domingo, 2 de octubre de 2011

Voy a tratar de hacer un poco de ficción pero, como siempre, soy el peor en lo que mejor me sale...

Tengo un auto grande y fuerte. Bien grande, bien fuerte. Siento como vibra debajo mío, a mi alrededor y sé lo que tengo que hacer. La primera vez lo hice con timidez, casi con un temor reverencial. Muchas cosas me habían contado al respecto (la mitad mitos, la mitad verdades… a medias) pero sólo una era cierta: sólo cuando lo hiciera iba realmente a saber la diferencia. Esa vez, la del debut, fue con una viejita que venía de hacer los mandados. Al menos llevaba unas bolsitas en las manos y en ellas se dejaban entrever verduras varias. Incluso unas remolachas atadas en paquete que amenazaba caerse… Supe que iba a ser nuestra primera vez (nunca se lo pregunté realmente) al verla distraída intentando contener la avalancha de remolachas rumbo al piso. Frené desmesuradamente hasta casi tocarla y, cuando vi que el clímax de espanto y de horror al pensarse atropellada estaba en su punto álgido, accioné la bocina con toda la furia. Los colores terminaron de desaparecer de su rostro como por ensalmo. La sensación fue maravillosa, una descarga impresionante y, por qué no, un cierto grado de vergüenza posterior.
Luego siguieron varios más, rapiditos, sin saber bien de quién se trataba hasta mi primera experiencia con una embarazada. Había buscado ese fetiche con ansias. Sabía que había muchos que pensaban igual. La intercepté en una esquina, mientras doblaba. Tirarle la mole de mi auto encima, el frenado chirriante, el olor a caucho quemado hicieron del momento “la noche ideal”. Sólo faltaba una canción de Frank Sinatra.
La bocina llego en el momento justo. Fuerte, con ímpetu, en el silencio de la siesta. Pude ver como se sostenía del poste indicador de la calle y fantaseé luego con haber adelantado su parto. Nunca lo supe porque, claro, ya la había olvidado cinco minutos después de lo sucedido, mientras buscaba algo más.
Tengo que aclarar que nunca busqué niños. Me parece repugnante. Gritan un poco, saltan, hasta se tiran al piso… pero luego ríen como si no hubiese pasado nada. Es como interrumpir el clímax en su mejor momento. Un coitus interruptus totalmente indeseado.
Una vez se lo hice a un policía. La sensación de que iba a sacar su arma buscando venganza fue sublime, amplificando toda sensación de triunfo y también la que siempre tenía, esa recóndita, que sólo yo conocía. El tipo intentó ponerse en su papel de agente y aleccionarme. Lo dejé envuelto en una nube de humo de cubiertas.
Tengo una historia de varios años ya. Como la vez que se lo hice a un hombretón en silla de ruedas, con una pierna enyesada producto de algún accidente… incluso le toque la silla con el paragolpes en un movimiento único que lo dejo casi en coma por la impresión. Y hasta fue doble, ya que la mujer que empujaba la silla de ruedas también recibió lo suyo. Fuimos un trio muy particular; el disfrute me lo llevé yo.
También se lo hice a Claudia, que me reconoció y no tuve mas remedio que saludarla agitando la mano. Creo que habló con mi madre al respecto sobre actitudes enfermizas y si no tenía otra vida que la de estar arriba del auto… no le di importancia. Incluso ahora, luego de esos comentarios, veo que se lo merecía. Pensar que alguna vez soñé con invitarla a cenar, tomar algo y luego de unos bailes, lo mejor: salir a extasiarnos con la mole del Ford y la bocina.
La peor de todas fue cuando el tipo de anteojos sufrió una descarga tal de adrenalina que, en lugar de paralizarlo, se vino directo a mi lado y me dio una trompada en plena cara. Combinar el placer con el dolor fue novedoso y la sensación final, el sentir la entrepierna mojada y húmeda y la cara ardiendo, el incipiente mareo… aún se me eriza la piel de pensarlo.
Creo que no lo había aclarado, pero siempre, luego de cada situación, de cada frenada, del terror en la cara de la gente, luego del enojo, los insultos, escupitajos o golpes incluso, además del éxtasis, siento cómo mis muslos se van entibiando lentamente, cómo el líquido corre hacia abajo, cómo se relajan mis genitales y se crispan mis manos al volante, acelerándose la respiración, necesitando más aire en mis pulmones… porque, claro, yo, como muchos que ves día a día en las calles de mi ciudad, eyaculo utilizando la bocina a destajo.

LGS

6 comentarios:

  1. El post está muy bueno, me gustó el "juego de palabras" entre lo que hacía el protagonista (vos? jaja!) con el auto y el sexo, y la verdad no me esperaba el final para nada, jajaja!

    P.D.: Viejo, parece que ciertas zonas del país están llenas de pervertidos! :P

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  2. jajajajaja hdp!!!! Que perversión!!!! Que harás vos arriba del auto que siempre andás sacandote fotitos... jajjajajajja

    Me encantó!! :)

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  3. Jajajajaja que sublime descripción de la perversión!

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  4. Te faltó atropellar un par de ovejas nomas, papáaa!!! jojojojoooo....
    Qué lo parió! Un regreso hasta el fondo...

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  5. Mirá que he conocido a personas con fetiches de lo más extraños, pero debo reconocer que quedé absolutamente anonadada!!! jajajaja. Muy bueno!

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  6. Che, les quedo claro que no soy yo el protagonista, no? Pare ser sincero, yo me exito con un buen culo, no con la bocina.
    LGS

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Dale, ¡sacate las ganas!